lunes, 22 de marzo de 2010

Hopelandic

Los rayos iluminan el amanecer, riegan los bosques y destilan las aguas, las perforan. Poseo una verdad inconfesable, una que llega a mis pupilas girada, obtusa, como harta; los ecos de una verdad inconfesable, obtusa y espesa. En privado estas cosas matan, y yo necesito un cuerpo vivo, con tejidos y nervios, porque soy un ser sensible al tacto y no puedo perder mi situación. Uno puede negarse a la palabra “retozar”, y puede sentirse feliz de serlo (sic) con el cuerpo activo y lleno de contacto, pero en privado, estas cosas matan. Si se pierde el ritmo en la oración, tal vez haya que cambiar de gafas o de banco. Tal vez de libro o de género. No de rayos, el cuerpo los necesita y el hombre le pertenece, todo él, solo y harto.


Nota: ésta fue una carta, que naturalmente involucró a dos personas. Circunstancias ajenas a lo público me hacen pensar que es mejor publicarla. De esta forma, resulta más un intento brusco de producción literaria, que una declaración de intenciones, y queda sanjado el misterio de la desaparición de M., los celos de J.C., y la infamia que desprende la figura de Julien Suiblond, quien escribe.