sábado, 28 de junio de 2008

Un asunto rencoroso


Allí está, sobre el escritorio, el asunto.

A sólo un año de su aparición en 1973, dicho asunto se creyó extraviado, y a partir de 1988 se lo sospechó archivado y, en fin, existente debido al repentino surgimiento de variadas apreciaciones entre las partes a las que el asunto involucra. Cierto es que las partes nunca llegaron a olvidar el asunto. También es cierto que desde un inicio el asunto se les resistió, y en 35 años, hasta este preciso instante, no han logrado avanzar ni un paso sobre él. Es probable que la naturaleza del asunto exigiese un tipo de atención especial, un tratamiento distinto al ordinario, quizás fuera del alcance de las partes, eso explicaría la frustración. Sin embargo, sin temor se podría suponer que aquella imposibilidad de abordar el asunto se reduce al puro capricho del mismo y no a la incompetencia o negligencia de quienes lo tratan.

Hacia 1974, tras doce meses de dedicación exclusiva, las partes desistieron: hicieron a un lado el asunto y en su lugar sentaron un acuerdo; este, declaraba que el asunto es imposible y, por tanto, darle trato es ilógico, "insalubre" fue el término exacto.

De esta manera, luego de establecer ciertas pautas, las partes habían decidido librarse del asunto, y lo lograron, por un tiempo. Fue durante aquel junio polar de 1988 que ocurrió el temido retorno. Comenzaron 20 años de acoso individual y silencioso, en los que las partes resistieron con estoicismo: era sabido que la sola mención de una aflicción causada por la situación en la que se encontraban inmersas provocaría ineluctablemente la reubicación inmediata del asunto en el lugar central que supo ocupar. Esto confería una responsabilidad angustiante a cada uno de los afectados, responsabilidad por demás mentirosa, puesto que nadie más que el asunto era dueño de la situación, cosa de la que me he enterado tardíamente, cuando ya lo es de manifiesto; todo estuvo planeado, intuyo, desde siempre: sin duda muchos otros han de haber estado en esta habitación, frente a este escritorio, absortos y subsumidos ante los imperativos del asunto.

Allí está, igual que hace 35 o 2500 años. La luz renuente de una bombilla mal instalada hace sinuosos a los rostros envejecidos, marcados por la tragedia. Rostros indiferenciables. Así, liberando un suspiro que contuve toda mi vida, cierro los ojos y ya me parece sentir cómo lentamente desaparezco.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Juless, un brindis.

Julien Suiblond dijo...

Por la locura, Charles.