miércoles, 16 de julio de 2008

I. First breath after coma.

Las horas en la noche se consumen como un best-seller: rápido. El micro va semivacío, y pienso, sin intentar evitarlo, en una historia de terror, con monstruitos feos que salen de las sombras, cosas sanguinolientas y lo suficientemente lentas como para darte tiempo a pensar en lo fácil que se rasga la piel, en la carne. "La Cosa" fue una película gloriosa.

Un amigo, un compañero de facultad, hablando días atrás sobre metafísica -una charla inerte-, me preguntaba extasiado: "¿no te gusta pensar que todavía quedan misterios en el mundo, realidades alternas, desconocidas?". Bueno, yo creo que sí, siempre, aunque no transmita esa sensación; desde chico, mirando por la ventanilla del micro en plena madrugada, achinaba los ojos buscando pruebas fehacientes de la existencia de ese otro mundo, el que no salía por TV, el de las serpientes que hablan, los gnomos, los gatos ilustres. Me imaginaba luchas a muerte, guerras entre los árboles, a puño -o pata, o garra, o algo- limpio, y pensaba en las redes y ciudades subterráneas, el tráfico de pociones mágicas, en una princesa, muy parecida a mi novia de primer grado, a la que podría cortejar sacándome el sombrero y besándole la mano. Por eso aún viajo de noche, porque es increíble, más que leer a Wittgenstein. De día nunca viajar fue lo mismo; me ponía a contar vacas, me descomponía y vomitaba en el piso del ómnibus. El vómito se corría progresivamente por debajo de los asientos y generaba una suerte de reacción en cadena que nadie podía obviar. Y abrían de mala gana algunas ventanas. Yo lloraba, y ahora siento una pena enorme.

Es estúpido viajar y no sentir el viento, es un hábito burgués.
Como si mis pensamientos se encarnaran en un cartel verde fluorescente, un nene avispado abrió una ventana y se ríe. La gente escandalizada, porque debe. Un monstruito.

*** ***

Frena y cada vez más lleno. Me hace mal.
Colón. Falta una hora; llego y amanece. Amanece y desayuno, así me siento radiante.
Los entrerrianos son gente serena. Atomizada, para evitar morderse; esa soledad tan enarbolada esconde un odio muy arraigado, hacia los otros y hacia sí. Es aislamiento, como el de Osho, sólo que él hacía algo más productivo; producía. Juliano me contó de un tipo, profesor suyo, que explicaba la ola de suicidios en Nogoyá con argumentos "elevados". Nogoyá está en un pozo, el único en Entre Ríos, y por esto se acostumbra a profetizar inundaciones y colas de tornado en la zona. El señor, perito de la policía provincial, argüía además que esta falla geográfica resulta un factor clave para explicar la elevada tasa de suicidios; en efecto, decía, existe una sustancia llamémosla X en el aire, que, por su peso, se acumula en áreas aisladas y bajas. La sustancia funcionaría como un pro-depresivo, y aumentaría las posibilidades de cometer el suicidio. A nosotros, a mí y a Juliano, siempre nos pareció una locura, pura especulación. A él más, que incluso me tildaba de "iluso" e "infantil" por mi mundo de fantansía. Curioso. Juliano ahora está varios metros bajo tierra. Y yo, por 45 segundos logré ser lo que nunca fui: nadie. Y cuando a las semanas abro sin querer los ojos, uno y otro, en pleno divorcio, echándose la culpa, y Andrea, con su ausencia, confirmando que es definitivamente una ex y que ya no le importo, para nada.
Desechables. Yo soy desechable. Ni querido ni odiado. Ni nadie. Desechable.
Frente al horror, hay un momento en el que la racionalidad no tiene lugar, ni la abstracción, ni el consuelo; sólo hay conciencia. Ella lastima. Todo lastima.

Emprendí este viaje para acabar un libro y para desaparecer. El libro se llama "Viaje directo a la Tierra" y alude a un millón de cosas. Mi desaparición, la libertad; la obra más grande del siglo XXI. Y comienza con una medialuna.

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